Muchas veces sucede que se hace realidad aquel adagio de “tarde de expectación, tarde de decepción”. La de hoy ciertamente era una tarde de enorme expectación, pues acogía uno de los carteles de mayor remate de todo el ciclo ferial. Y en realidad, el resultado no fue alentador en cuanto a triunfos redondos de los espadas, que bien pudieron darse, de no haber ellos fallado con los aceros.
Sin embargo, este primer capítulo de la Feria de Quito, en su edición 2007, ha tenido pasajes realmente interesantes. Como por ejemplo el de la enorme e interminable capacidad y entrega de los tres toreros actuantes.
Enrique Ponce volvió a demostrarnos a los quiteños las magníficas virtudes que atesora, como gran figura que es. Su disposición, unida a la templanza, la suavidad y el pulso perfecto para llevar y calibrar las embestidas de sus dos toros, fueron los argumentos en los que se cimentó una sólida actuación.
Largapuyas tuvo poco fuelle, y lo acusó apenas salió de chiqueros. A este lo toreó con suavidad y relajo con el capote, y en la muleta desplegó su admirable pulso y temple para encausar las embestidas del pupilo de Huagrahuasi, que a pesar de su poca fuerza, tuvo gran nobleza y fijeza, que en parte ayudó a que el trasteo de Ponce fuera lucido. Pudo haber cortado una oreja con fuerza si no mata de la manera tan fea como lo hizo, dejando una estocada “chalequera” excesivamente caída hacia el costillar.
Perdió además toda opción de cortar algún trofeo por la pésima labor de los puntilleros, que obraron en contra de lo que había hecho el torero en el ruedo. Escuchó tibias palmas del respetable, luego de la tediosa e interminable tarea de pasaportar al toro. Esto debe cambiar: la empresa debe corregir este feo espectáculo, pues atenta contra el resultado artístico de los toreros.
Su segundo oponente, también del hierro de Huagrahuasi, no tuvo transmisión ni fondo alguno. Y con este, Enrique Ponce volvió a obrar el milagro de su toreo, en una faena inventada gracias a su virtuosismo y genialidad; del muletazo en forma de caricia y de temple, para convencer y enamorar a un toro por el que poco se podía apostar.
Un trasteo largo, pero plagado de detalles y de torería. Y de alardes que se esperarían en un novillero con hambre más que en una figura consagrada, como aquello de ponerse de rodillas para torear en redondo. ¡Qué afición de este torero! Aún luego de 17 años enormes de protagonismo en la fiesta, buscó arrancar el éxito con esos “recursos”, que desde luego el público agradece, porque denotan una entrega total.
Todo esto no tuvo, desgraciadamente, el colofón que merecía: lo pinchó hasta dos veces antes de que doblara la res, perdiendo nuevamente cualquier opción de trofeo.
Así y todo, dio una entrañable, paladeada y justísima vuelta al ruedo ante el clamor de la parroquia.
Y si de esa guisa estuvo el maestro Ponce, no se quiso quedar atrás Julián López “El Juli”, el mandón actual de la fiesta.
A su primero lo toreó bien de capa, aplacando incluso el incesante viento que soplaba en esos momentos. En realidad, el viento se hizo presente durante todo el festejo, y a buen seguro se cargó con buena parte del argumento artístico que los toreros pretendieron desplegar la tarde de hoy.
A pesar el viento, Julián corrió bien y la mano por el pitón derecho del toro, que era el más potable, pues por el izquierdo el astado hacía ascos y no ofrecía opción de lucimiento. No estuvo acertado a la hora de usar la toledana, y la cosa quedó en tibias palmas para el madrileño.
Con Ejecutivo, de Triana, desplegó el armamento pesado de su toreo y de su raza, para realizar una faena de gran intensidad y entrega. Con su rostro tenso y los dientes apretados, dio justa réplica a lo que se había visto ya hasta el momento, y protagonizó un trasteo sincero, de gran valor y entrega.
De todo este conjunto, sobresalió un enorme y expuesto cambio de mano, en el que el toro le esperó una barbaridad, sin que Julián se moviera ni un milímetro. ¡Vaya demostración de su magisterio!. Cerró este vibrante episodio de una extraordinaria estocada en buen sitio, aunque ligeramente desprendida, y el toro rodó como una pelota.
Se esperaban las dos orejas, pero la presidencia sólo concedió una. Injusta decisión, que al torero madrileño debió saberle muy mal.
Guillermo Albán dio justísima réplica a las dos figuras con las que alternó esta tarde. Da alegría ver cómo un torero de la tierra está prácticamente al mismo nivel en la responsabilidad y la solvencia profesional de las figuras, con las distancias lógicas de quien torea siete corridas frente a los que pasan de las 60 ó 70 en el año.
El de Guayaquil estuvo francamente bien en el primero de su lote, que fue sosote pero colaborador, y que repitió las embestidas. Con él se aplicó Albán en una faena con pasajes muy lucidos, sobre todo toreando con la mano derecha. Lo entendió perfectamente y le hizo una faena que llegó mucho al tendido, sobre todo cuando cerró al toro más hacia tablas, a resguardo del siempre molesto viento. Fue una pena que el de Triana tardara en doblar, luego de una estocada algo desprendida pero en lo alto. No estuvo acertado con el uso del descabello y cambió la oreja que tenía cortada por una fuerte ovación que acogió desde el tercio.
Incierto y peligroso resultó el que hizo segundo de su lote, de Huagrahuasi, que “cazaba moscas” por el pitón derecho. Por el izquierdo pasaba sin más, aunque desplazándose con mayor largura. Tardó Guillermo en encontrarle el sitio y la distancia adecuados al astado, y además luchó permanentemente contra el viento que sopló de manera impertinente en ese momento. Cuando la faena había caído en un bache de sopor, el guayaquileño despertó a la parroquia instrumentando unas lucidísimas y muy ajustadas bernadinas, marca de la casa, que fueron el epílogo brillante para un trasteo sin mucho acoplamiento.
Se entregó a matar o morir en la estocada, y salió prendido angustiosamente en los pitones del toro, luego de enterrar el estoque hasta las cintas, en una demostración de entrega sin límites del compatriota. Se vivieron momentos angustiosos, pues se pensó lo peor por la forma en que lo cogió del pecho, y luego, con fiereza, lo buscó en el suelo para herirlo. Afortunadamente no pasó de ser un gran susto.
El toro salió muerto del embroque, y Guillermo Albán cortó una justísima y merecida oreja, para cerrar una tarde emocionante.
Entrega total, fue el argumento central de la tarde de hoy. Los tres toreros se mostraron totalmente superiores a las condiciones de sus oponentes, no habiendo sido fáciles ni mucho menos, para dejar evidenciados sus grandes recursos técnicos y sus enormes ganas por agradar a un público que llenó generosamente el coso de Iñaquito hasta la bandera.
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