El aire de la ciudad huele a ausencia, a vacío demencial y surrealista.
Se han llevado el color y la fragancia
de golpe. Hoy el quiteño parecería deambular sin alegría ni ilusión; va como un
autómata a sus quehaceres sabiendo que algo nos han quitado.
Hoy el sol se asoma con desgano. Su luz, más que calentar, muerde
con ira y alevosía. La lluvia, que cae a torrentes por estos días, golpea
hiriendo hasta los huesos. El frío de la tarde se hace cada vez más intenso y
la borrasca parecería no cesar.
El toro bravo y su fiesta se han ido. Aquel ciclo ferial que
ha sido por más de 50 años el eje central y motor de las festividades de esta
franciscana cuidad, ahora no está. La Feria de Quito fue el faro mayor de las
fiestas de Quito y ahora que la suspendieron quizá apresuradamente, a la ciudad
le falta VIDA.
Basta con salir ahora
mismo a las calles; ausentes están ese runruneo festivo y el sonido sordo de
tambores y pitos a la distancia. Ya no están esas
bandas de pueblo, que se confundían unas con otras a pocos metros de distancia
y que juntas marcaban un éxtasis sonoro y alegre. Tan solo unas pocas “chivas”
circulan por las calles como insignificantes y patéticos vestigios de la gran
celebración que otros tiempos acompañaba a nuestra ciudad.
Y es que como bien ha dicho alguien, los toros eran la
fiesta. La ciudad palpitaba y vivía por y para la Feria de Quito, para la
fiesta de los toros. Las fiestas de la ciudad se dinamizaban económica y
socialmente por la presencia de su ciclo ferial taurino.
Este ya no es el Quito que queremos. Esta no es más la “luz
de América”, de la que tan orgullosos vivimos hasta hace un tiempo. Nos la han
quitado y la han reemplazado con ese Quito que duele: ciudadanos divididos
entre buenos y malos, entre pelucones y la “gente del pueblo”, entre blancos y
negros...
No, este no es el Quito que queremos. Aquí y ahora el
mestizaje es una ofensa y su bagaje histórico una plaga maldita que hay que
erradicar. Y quienes piensen lo contrario, también deben ser borrados del mapa.
Nos han llevado a un escenario peligroso en el que se han
puesto en juego las libertades de un importante conglomerado de la sociedad al
que se le ha prohibido elegir, gustar y disfrutar de lo que le parezca.
Mientras tanto, los que pretenden ostentar el poder proclaman sus “verdades absolutas”
libremente y como les viene en gana; quieren imponernos sus razones hasta con
la fuerza, si fuera preciso. ¿Qué nos pasa? ¿En qué hemos convertido a Quito y su gente?
Son apenas un par de docenas de estrafalarios y violentos
personajes que se han lanzado en una aventura que, tristemente, las autoridades de la ciudad y el país han
avalado con su silencio cómplice y su doblez permanente. Quieren abolir las
corridas de toros por cruentas y por hispánicas. Más por lo segundo, diría yo. Bien
sabemos, sin embargo, que por detrás hay todo un aparataje montado y financiado
desde el exterior. Sabemos quién lo dirige y sabemos qué pretende.
El Quito que quiero no es este de ahora. La soledad de mi
ciudad me duele, porque en ella no solamente veo reflejada la injusta persecución a uno de sus más
relevantes íconos culturales, sino que lleva una lacerante y terrible usurpación
de la LIBERTAD y de la pérdida de identidades.
¡Que viva Quito!