Fueron tres fines de semana intensos y con preciosos detalles de torería de todos los alternantes, que en esta ocasión fueron los aficionados, que usualmente acuden a las plazas a ver a los de luces practicar el arte del toreo. Esta vez, y por unos momentos, fueron los aficionados, gente común y corriente –pero con una pasión poco común y nada corriente- los que soñaron ser toreros; los que soñaron el toreo.
Y de este nutrido grupo de aficionados participantes destacó brillantemente el irlandés David White – ¡sí, un irlandés! - que compitió torera y dignamente por el premio al triunfador de la feria, que finalmente recayó en manos de Rodrigo Patiño Terán.
Y aunque la distinción del triunfador recayó en alguien más, David se mostró como un gran aficionado práctico que atesora gran oficio, mucho valor y torería. Este rubicundo y menudo aficionado irlandés nos demostró que la pasión por la tauromaquia no tiene fronteras y que no entiende de razas, ni de culturas distintas y que no es privativa de los pueblos hispanoamericanos.
Con su actitud y afición desbordantes, David volvió a demostrar que la de los toros es una pasión que invade agresivamente los sentidos de forma irremisible y que cuando entra en nuestro cuerpo y alma, no se va nunca. Que es un dulce veneno, pero que lejos de matarnos, nos da vida a raudales.
¡Viva la fiesta de los toros sin fronteras!
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