jueves, 21 de octubre de 2010

David White, o el testimonio de una fiesta brava sin fronteras.

En momentos en los que la fiesta de los toros parecería ser una composición de vocablos sucios e indignos, en los que ser aficionado a los toros es casi un ejercicio heroico ante ciertos conglomerados sociales que buscan imponer violentamente “su verdad”, el suceso de la celebración de la tercera edición de la Feria del Aficionado Práctico ha sido toda una reafirmación de que, al menos en nuestro país, la pasión por la fiesta de los toros sigue tan viva como siempre.

Fueron tres fines de semana intensos y con preciosos detalles de torería de todos los alternantes, que en esta ocasión fueron los aficionados, que usualmente acuden a las plazas a ver a los de luces practicar el arte del toreo. Esta vez, y por unos momentos, fueron los aficionados, gente común y corriente –pero con una pasión poco común y nada corriente- los que soñaron ser toreros; los que soñaron el toreo.

Y de este nutrido grupo de aficionados participantes destacó brillantemente el irlandés David White – ¡sí, un irlandés! - que compitió torera y dignamente por el premio al triunfador de la feria, que finalmente recayó en manos de Rodrigo Patiño Terán.

Y aunque la distinción del triunfador recayó en alguien más, David se mostró como un gran aficionado práctico que atesora gran oficio, mucho valor y torería. Este rubicundo y menudo aficionado irlandés nos demostró que la pasión por la tauromaquia no tiene fronteras y que no entiende de razas, ni de culturas distintas y que no es privativa de los pueblos hispanoamericanos. 

Con su actitud y afición desbordantes, David volvió a demostrar que la de los toros es una pasión que invade agresivamente los sentidos de forma irremisible y que cuando entra en nuestro cuerpo y alma, no se va nunca. Que es un dulce veneno, pero que lejos de matarnos, nos da vida a raudales.

¡Viva la fiesta de los toros sin fronteras!

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