RESEÑA
Casi lleno en tarde de climatología cambiante. Se lidiaron dos toros de TRIANA (1ro., manso y flojo, y 2do., noble) y cinco de HUAGRAHUASI (el que hizo 3ro. se inutilizó para la lidia y fue devuelto; 3ro. bis y 4to., mansos; 5to., bravo y con clase; y 6to., muy bravo y codicioso).
Morante de la Puebla, ovación con saludos y oreja; Sebastián Castella, ovación y palmas; Diego Rivas, palmas y oreja.
CRÓNICA
La tarde de hoy se lidió un buen encierro de Huagrahuasi y Triana, que vino a reverdecer sus éxitos de años anteriores, luego de haber experimentado un bajón en el ciclo ferial del 2007.
Y hoy, Quito tuvo la gran suerte de admirar y paladear el toreo de arte en su real dimensión, de las manos del genial Morante de la Puebla.
José Antonio nos regaló un recital de torería, inspiración y valor ante un lote que no le fue propicio para el tipo de toreo que practica, y al que sin embargo supo lidiar y aprovechar a fondo y esculpir así dos obras de una categoría enorme.
Toreó a su primero de forma primorosa y templada con el capote, tanto en los lances de recibo como en un bello y personal quite por chicuelinas, metiendo el mentón en el pecho, jugando con armonía y gracia los brazos, y siempre encajado en los riñones.
Fue haciéndose de su oponente sobre la base de sobarle y esperarle, derrochando valor y sin despegar las zapatillas de la arena. De esa guisa, le sacó muletazos inverosímiles por ambos pitones y fue construyendo un trasteo sin desperdicio, lleno de detalles y genialidad. Todo lo hizo con una gracia exquisita, dándole importancia y categoría a cada nota de su armoniosa obra.
Además, su actitud fue encomiable, pues procuró en todo momento agradar sin afligirse ante las escasas prestaciones de su enemigo. No estuvo acertado con los aceros y todo quedó en una atronadora ovación y la invitación a que recorra el anillo, cosa que el torero no accedió.
Otra obra grande construyó con su segundo astado, que acusó también mansedumbre y fue parándose para terminar buscando el refugio de las tablas. Allí le plantó cara el genio sevillano para torear con pulso y suavidad con la mano izquierda, en muletazos larguísimos y hondos. Igual trato le dio con la derecha, antes de adornarse e improvisar bellamente con los trincherazos, kirikiquís, doblones y molinetes con sabor belmontino, que fueron una verdadera delicia para los sentidos.
Se volcó con verdad en la estocada y dejó más de tres cuartos de espada, algo caída, pero de efecto suficiente para despenar al toro. Cortó una oreja, que en realidad fue poco premio para tan colosal obra. Pero da lo mismo, pues faenas así no tienen ni requieren recompensa terrenal.
Y del cielo bajamos de nuevo al ruedo de Quito para ver dos trasteos bastante terrenales y predecibles del francés Sebastián Castella. Predecibles porque, invariablemente, el torero interpreta el mismo guión para todos sus trasteos, y poco hay para cantar que pueda ser distinto o superlativo.
Aseada, suave y templada fue la faena que instrumentó a su primer oponente, un mansito aunque noble toro de Triana que fue perdiendo gas y movilidad. Acortó distancias Castella cuando el toro perdió recorrido, y lo machacó con su ya conocido repertorio de meterse entre los pitones, presentar la muleta y tirar del toro, ya sea en los circulares o en los cambiados por la espalda. Perdió la oreja que le tenía cortada por su fallo a espadas.
El quinto de la tarde fue un muy buen ejemplar de Huagrahuasi, que se desplazó metiendo la cara con calidad y claridad en los engaños. Embistió con clase a la muleta del francés, que volvió a torear templado y lento en dos series iniciales por el pitón derecho. Su trasteo, sin embargo, bajó de nivel cuando se puso a torear al natural, pues no terminó de acoplarse con el toro por ese pitón.
Empezó a llover y la faena entró en un punto muerto por un momento. Además, el propio torero se disolvió tratando de engachar de nuevo la atención de la gente, sin conseguirlo. Perdió un triunfo importante, porque importante era el toro de Huagrahuasi, que debió irse al desolladero sin sus orejas, que las ofreció de modo generoso. Pinchó dos veces antes de dejar una estocada entera que no tuvo, para colmo, un efecto inmediato en el toro.
El paisano Diego Rivas se llevó el lote de la corrida, y muy probablemente de toda la feria. Sorteó dos extraordinarios ejemplares de Huagrahuasi que también ofrecieron un triunfo grande al paisano, pero que no supo capitalizar.
Toreó templado a la verónica, haciendo abrigar esperanzas de que algo importante podría suceder con ese toro. Brindó muy acertadamente a la señora madre del Presidente Rafael Correa, enviándole un mensaje claro y sin desperdicio, en pro de la defensa de la fiesta, en horas en las que ésta se encuentra sitiada por las acciones antitaurinas de diferentes frentes.
Su faena de muleta fue entonada y asentada, y tuvo estructura. Además, contó con un colaborador ideal, pues el pupilo de Huagrahuasi embistió con dulzura y son. Mediada su faena, empezó a intentar trabajar un indulto innecesario, y se diluyó en el esfuerzo. Lo pinchó y perdió la oportunidad de triunfar con fuerza, ya con su primer ejemplar.
Y qué decir de su segundo, que hizo sexto de la tarde, un al que definitivamente no lo vio ni lo entendió Diego. Heredero fue un extraordinario toro de Huagrahuasi - este sí, de indulto más que merecido- que embistió con alegría, codicia y nobleza. Un toro bravo, siempre a más, para poderlo por abajo, pero al que el torero de la tierra se empeñó en torearlo a media altura y en línea, sin someterlo nunca.
Buscó el toreo accesorio y populista y esquivó el de verdad, que encumbra y da gloria a los toreros. Luego de un pinchazo dejó una estocada entera en buen sitio, y se le concedió la oreja del gran ejemplar de Huagrahuasi, que en realidad mereció volver al campo, para ser cimiente nueva de la ganadería.
Buen viaje, Heredero
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