lunes, 23 de junio de 2008

JOSÉ TOMÁS, EL GRAN TERREMOTO


El otro día uno de mis hijos me pedía que le ayudara con una tarea sobre la tierra, los terremotos y de cómo éstos afectan su superficie.


Mientras hacíamos este sano ejercicio de investigación, se me vino a la cabeza lo parecido de toda esta relación natural con lo que está sucediendo actualmente en la fiesta brava.

Digamos pues que la fiesta de los toros es, en sí misma, un inmenso mapa lleno de accidentes: altos picos montañosos, en donde están aquellos toreros que dominan hoy por hoy el panorama taurino; grandes depresiones y mesetas, en las que están los de más abajo, los modestos, los que buscan ir subiendo esas escarpadas montañas y ocupar, algún día, el sitial de las figuras; en los valles frondosos están aquellos que han dejado huella y se permiten ya, a estas alturas, gozar de su prestigio y de las glorias obtenidas tras su paso por la fiesta. Y así, podríamos ir revisando todo el basto panorama de este "planeta" taurino.

Pero hablábamos de los terremotos, ¿no? Pues bien, yo creo firmemente que el planeta del toro ha vivido, desde hace un tiempo, un fenómeno natural equivalente a un terremoto, que con su fuerza e ímpetu irrefrenables, transformó la fisonomía actual de la fiesta, fragmentándola drástica y definitivamente; cambiando sus estructuras y poniendo un nuevo orden de cosas, para el bien de todos, creo yo.

Un seísmo de máxima intensidad que se veía venir, y que cuando apareció por vez primera, lo subestimaron: no pasa nada, es sólo un pequeño temblor, dijeron muchos. Pero a este fenómeno se le dio por repetir e ir incrementando su poder y fuerza, hasta arrasar, el pasado 5 de junio, con un movimiento trepidatorio de 9 grados, las bases más rancias del toreo actual.


Este terremoto es, lógicamente, José Tomás. El gran torero de Galapagar –ni mito ni leyenda, un grandioso torero… que con eso tenemos bastante- ha dejado ciertamente muchas víctimas a su paso. Les ha tumbado la casa dorada a varios, que la edificaron sobre la base de la comodidad y el nombre; de no exponer y de sólo componer la figura, de no cruzarse jamás, de acompañar las embestidas con garbo y pinturería, a toro pasado; de expulsar al toro en cada muletazo y de no arriesgar la carne en cada embroque.

Y los ha dejado patidifusos y pensando qué van a hacer ahora para volver a hacerse una nueva mansión. A algún otro, le ha quitado el caramelo de la boca, porque le ha demostrado que no se vale copiar ni imitar tan desvergonzadamente, y que el José Tomás que le ha sacudido, no puede copiarse. Saben a cuál me refiero, ¿no? Desde el tremendo zarandeo, no se halla el pobre.

Algunos otros han sentido ciertamente el temblor, pero con dos cojones se sostienen y saben que son capaces de aguantar la sacudida, porque saben cómo y tienen con qué.

En fin, que José Tomás ha acabado con el cuadro hace unos días, cuando muchos apostaban porque sería una verbena, y les ha puesto en su sitio. Lo ha hecho bien y de manera aplastante, y no una, sino dos veces. La una, de la mano del arte y de la clase. Y la otra, agarrándose del tremendo valor y responsabilidad profesional de las que es dueño. Triunfando a sangre y fuego, exponiendo sus carnes y su vida ante toros con los que otros no se hubieran complicado ni despeinado.El epicentro no fue mar afuera, o en las plazas de segunda. Qué va. El epicentro fue nada menos que el centro del ruedo de la Plaza de Las Ventas.

Siete réplicas de un mismo terremoto, en tan sólo diez días, le han servido a José para encaramarse en lo más alto de la historia de la tauromaquia. Siete orejas, que son finalmente desperdicios, pero que han sido el sustento más robusto para el resurgimiento de la fiesta en sus más puros conceptos, y con ello, de su defensa y protección de las fauces antitaurinas. Orejas que han sido, una por una -alguna menos debió ser, dicen, y concedamos la duda si acaso -, una defensa aguerrida y valerosa de la fiesta en estos cruciales momentos.

Ya se dijo en su día, cuando José Tomás reaparecía en Barcelona, que su retorno le hacía bien a la fiesta. Algunos amargados, desde luego, lo cuestionaron. Siguen con la cantaleta de que el hombre es torpe, que se deja coger y que atropella la razón. Pero ahí está su testimonio, su ejemplo. Y ante tales evidencias, la gran mayoría se ha rendido y le ha concedido el reconocimiento y la admiración que este torero merece. Sólo él, ha podido llamar la atención de las páginas principales de todos los diarios del mundo, que han visto sus gestos toreros como íconos importantes y ya históricos de la fiesta, y que han desbordado las fronteras de lo taurino y se han convertido en todo un fenómeno social.

Ahora sí que no hay “tutías”. Ha quedado claro, pese a algunos imbéciles que aún lo dudan o cuestionan, que José Tomás ha fortalecido y colorido una fiesta que venía agonizando desde hace rato.

La grandeza que este torero le ha devuelto a la fiesta de los toros es tan acojonante y evidente que ni los mismos antitaurinos pueden ya desvirtuar ni desconocer.

Dicen que al ritmo que va, el madrileño durará poco en los ruedos, y que se retirará pronto. No importa ya. Lo que José Tomás le está dando hoy día a la fiesta de los toros no tiene precio.

La sangre derramada, la carne desgarrada y las aplastantes palizas a merced del toro, le valen oro ya no al torero, sino a la fiesta misma, porque evidencian la verdad de este espectáculo y la predisposición permanente al sacrificio de parte del torero. Puede parecer absurdo, pero esa es la esencia de este rito.

Desde luego que es hermoso ver el arte que emana como fruto del valor, la técnica y la torería de quien se pone delante, pero como se ha dicho tantas veces, en esta fiesta, en este espectáculo, se muere de verdad. Y quien se pone la mortaja de luces, tarde a tarde, sabe que eso puede suceder.


En este caso, José Tomás está dispuesto a dejarse la vida en el ruedo, porque eso es vivir para él. Lo ha dicho el mismo torero: "este año he sido feliz, porque he toreado como siento y quiero".

Ahí queda eso.

No hay comentarios:

Publicar un comentario