domingo, 2 de diciembre de 2007

LUZ Y SOMBRA DE LA FIESTA. Crónica. 5ta. De Feria

Reseña
Algo más de tres cuartos de entrada en tarde de temperatura variable. Se lidiaron tres toros de Santa Coloma (1ro., peligroso e incierto; 2do., peligroso y con sentido y 3ro., manso y peligroso) y tres de Campo Bravo (4to., con tranco y calidad, premiado con la vuelta al ruedo; 5to., a menos, y 6to., a menos) Eugenio de Mora, silencio en el que despachó por López Chávez, silencio y vuelta; Diego Rivas, oreja, oreja y dos orejas; López Chávez fue corneado por el primero de la tarde. Salió en hombros Diego Rivas.

Parte Médico: El matador salmantino Domingo López Chávez presenta una cornada limpia en el tercio medio del muslo izquierdo, con tres trayectorias (superior, inferior e interna) de aproximadamente quince centímetros cada una, que no causa daños nerviosos ni vasculares. Pronóstico: menos grave. Firmado: Dres. Antonio Bucheli y Gil Bermeo


La Fiesta de los Toros tiene un eterno claroscuro que la torna dramática y luminosa a la vez. Esta tarde, en el coso de Iñaquito, se vivió precisamente la luz y la sombra de la fiesta, personificadas en el torero local Diego Rivas, que vio abrírsele la puerta grande en para celebrar su triunfo, y en Domingo López Chávez, que cayó penosamente herido en las astas de un peligroso ejemplar de Santa Coloma.

El de Salamanca llegaba a Quito para confirmar su alternativa, y todo cuanto había hecho tuvo el sello del valor y la determinación: Bien con el capote, recursivo incluso en algún momento en que el toro le exigió. Con la muleta, centrado y firme, y exponiendo mucha verdad a su trasteo. Se echó la muleta a la zurda, y en cuanto pudo el Mil Caricias, de Santa Coloma, le pegó una fuerte cornada, poniendo fin a sus aspiraciones y dejándonos sin ver a este buen torero español.

La cosa quedó en un mano a mano que, hasta ese momento, presagiaba tedio y angustia por el feo comportamiento de los toros de Santa Coloma.

Diego Rivas tragó paquete con el segundo, que fue tan incierto como el primero aunque sin que sus intenciones fueran tan aviesas como las de su hermano que le antecedió en la lidia. Suplió las carencias lógicas de su escaso rodaje con decisión y temperamento, y contó con el siempre vigoroso sustento del público quiteño, que se le entregó sin condiciones.

Trasteó incómodo y desajustado en ciertos pasajes de la lidia, y no encontró el sitio adecuado para someter al complejo oponente que le cupo en suerte. Usó bien la espada, dejando una estocada entera algo tendida en buen sitio, que fue suficiente para hacer rodar al bruto. La parroquia le pidió la oreja con fuerza, y la autoridad la concedió.

El cuarto fue un toro bien proporcionado que galopó y que tuvo cierta calidad en sus embestidas. A éste, Diego le toreó sin mucho ajuste con el capote, y tuvo emoción su trasteo con la muleta, aunque volvió a adolecer del soporte técnico adecuado. Otra vez, estuvo acertado con el acero dejando una estocada algo desprendida pero en buen sitio. La presidencia concedió el apéndice pedido por el respetable y dio, además, para sorpresa de muchos, la vuelta al ruedo a un ejemplar al que probablemente le faltaron atributos mayores para tal premio.

Caramelo se llamó el que hizo sexto, de Campo Bravo. Fue bonito y fino de hechuras el toro, al que Rivas capoteó entusiasta y ya seguro del triunfo y del apoyo incondicional del paisanaje. Además, lo bordó en un lucido quite por zapopinas (o nuevas lopecinas), jaleadísimo por el público. Estuvo efectivo más que lucido en el tercio de banderillas, en el que se prodigó el de Latacunga rememorando sus épocas de novillero.

Se fue Diego al centro del platillo, y se puso de rodillas para recibir a su enemigo, en un inicio vibrante con la muleta. Ya en pie, lo mejor vino en un par de series por el pitón derecho, aunque faltó ajuste y mano baja en ambas series.

De ahí en más, Diego recurrió al toreo efectista y de cara a la galería para no perder el favor popular. Además, mediada la faena de muleta, el toro se vino abajo y perdió la transmisión que derrochó en los primeros compases de la faena.

Estoqueó seguro otra vez y la gente le pidió con fuerza los trofeos, que la presidencia concedió diligente y, quizá, demasiado generosa.

Eugenio de Mora no se sintió cómodo con el primero de su lote, que fue un toro manso y peligroso de Santa Coloma, con el que casi nada pudo hacer para lograr lucimiento. Alargó demasiado su trasteo y terminó por aburrir a la concurrencia. Luego de un pinchazo, dejó una estocada trasera y tendida.

En quinto lugar saltó un ejemplar de Campo Bravo, al que el toledano le buscó las vueltas sin hallar mayor acoplamiento con el capote; con la muleta pudo estar más a gusto, aunque tampoco se confió demasiado ni se entregó a fondo. Mató de buena estocada entera, algo tendida, y dio una vuelta al ruedo

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