Decíamos antes del inicio de la Feria que acaba de concluir que, sobre el papel, las combinaciones eran de categoría. La empresa quiteña había estructurado unos carteles que definitivamente componían la mejor feria de este lado de la América taurina. Pero como dice el conocido adagio taurino, “el hombre propone… y luego sale el toro, y todo lo descompone”.
EL TORO
Se esperaba más, mucho más, de la Feria de Quito del 2007; cabía esperar más del toro bravo, habida cuenta del gran nivel mostrado por las ganaderías –y sobre todo por Huagrahuasi y Triana- en el año anterior. Y es que nadie podía suponer ni imaginar que en un año se experimentaría una caída tan abrupta en el juego de los astados corridos en este ciclo ferial, que deja una honda preocupación entre la afición y gente del toro.
De todo el inventario ganadero lidiado en los 9 días de feria, destacaron con nota alta Injuriado, de Carlos Manuel Cobo, al que toreó “El Fandi” cortándole un apéndice; también de esta casa ganadera fue Lanudo lidiado magistralmente por Julián López “El Juli”, así como Semillero y Largapuyas, que tuvieron mucha clase pero que no fueron bien comprendidos ni toreados por el torero local Carlos Yánez. En términos generales, la del 2007 ha sido una muy buena feria para la ganadería de Carlos Manuel Cobo, que por cierto, suponemos será el último año que lidie bajo este nombre y hierro.
Dieron también un juego aceptable Tornado y Caramelo, de Campo Bravo, corridos la tarde del 2 de diciembre y que fueron a parar en manos de Eugenio de Mora y el ecuatoriano Diego Rivas, respectivamente. Vale decir, por cierto, que Tornado recibió una excesiva vuelta al ruedo, una vez que fue pasaportado, en uno de los tantos desaciertos que se le apuntan al palco presidencial en esta feria.
Un año más hay que reconocer la irreprochable presentación de los astados de La Trinidad, todos con el trapío como para una feria de la categoría que pretende tener la de Quito. Fueron, en líneas generales, mansos pero muy manejables para sus lidiadores, y bien pudieron haber permitido un triunfo mayor del que obtuvieron los toreros, de haber tenido éstos más oficio y acierto.
Los pupilos de Santa Coloma tuvieron aviesas intenciones con sus lidiadores; de hecho, uno de ellos cazó al tercer aviso al torero salmantino Domingo López Chaves, propinándole una fuerte cornada de tres trayectorias en el muslo izquierdo. Sabemos que los toros de este hierro no permiten errores y que exigen mucho al torero, pero estos… fueron otra cosa.
Santa Rosa volvió mostrar un bajo nivel de casta este año. Algo habrá que hacer para refrescar urgentemente la sangre en esta casa ganadera, que tantos éxitos ha cosechado en el pasado.
Mirafuente tampoco las trajo consigo. Uno de cinco es mal balance, si se considera que ni ese uno – lidiado por Joao Moura la tarde del 1 de diciembre- tuvo un comportamiento demasiado claro durante la lidia.
Los afamados hierros de Huagrahuasi y Triana no cumplieron con las expectativas que quedaron servidas a partir de la gran feria que dieron el pasado año. Santa Coloma, Santa Rosa y Mirafuente siguen en el apartado de “pendientes”, pues llevan ya al menos un par de años que no levantan el nivel.
LOS TOREROS
César Rincón se despidió en figura de nuestra plaza, con un toreo plagado de sobriedad y templanza. La pena fue, eso sí, que no tuviera material un poco más propicio como para redondear su única y última actuación en el ruedo quiteño.
Enrique Ponce tuvo el santo de espaldas: ora por la mansedumbre de los toros que le cupieron en suerte, ora por su mal uso de los aceros, su obra quedó sin tener el reconocimiento numérico que sus trasteos merecían, pero dejó, sin duda, hondo calado en la afición de Quito.
Julián López “El Juli” refrendó un año más en Quito su indiscutible categoría de primerísima figura de la fiesta. Realizó, pese a los veredictos finales y premios concedidos, la faena más rotunda y consistente de este ciclo ferial, y su actuación en conjunto ha sido de una gran categoría.
Sebastián Castella no rayó al mismo nivel que en años anteriores. Más allá de que no tuvo los toros propicios para triunfar rotundamente, en este año se le ha visto repetitivo, carente de sorpresa y chispa, y con un repertorio limitado. Salió a hombros la última de feria, merced a una oreja demás, concedida por la autoridad de modo benevolente. Triunfo sin fuerza para un torero del que se espera mucho más.
Fue una pena el percance del salmantino Domingo López Chaves, pues su presencia en el abono suponía aquella dosis de frescura y renovación que requiere año a año el cartel de toreros de la feria. Nos dejó una mínima muestra del tamaño de su corazón y de su hambre por de llegar a ser figura del toreo. Ojalá lo volvamos a ver.
Eugenio de Mora tuvo la mitad de posibilidades para triunfar, pues sorteó un toro muy complicado de Santa Coloma, que a más de ser manso, tuvo malas ideas y no le permitió apenas hacer nada. Aprovechó mejor al de Campo Bravo, y dio vuelta al ruedo luego de una faena aseada, pero mal colofonada con la espada.
El francés Juan Bautista dejó sólo detalles de su toreo de mucho mando y clase. Estuvo muy firme y asentado con sus dos oponentes, que fueron mansos y no dieron posibilidades.
Miguel Ángel Perera, dio muestras de su hondura y gran toreo en cuanto tuvo la oportunidad de correr y bajar la mano, como es su estilo, a sus oponentes. Tampoco tuvo material propicio el pacense para poder reeditar su gran actuación del pasado año.
El joven torero Daniel Luque cayó de pie ante esta afición, por su valor sereno y su muy buen concepto del toreo. Ojalá la empresa piense nuevamente en este joven torero sevillano, pues hay que verle. Seguro será uno de los toreros que repunten la próxima temporada europea.
Ninguno de los tres novilleros españoles acartelados en esta feria no tuvieron una actuación redonda. El líder actual del escalafón, Pepe Moral, dejó bastante que desear, y demostró que no siempre el que más torea, es quien mejor torea.
Miguel Tendero tiene mucho por caminar. Cosa similar sucede con Juan Luis Rodríguez, que recién ha comenzado a torear con caballos y al que se le nota su falta de oficio y sitio.
Por cierto, a la Feria de Quito deben venir novilleros que ya tengan un rodaje y un nivel de prestigio que no desmerezcan el caché del ciclo ferial más importante de América.
El joven rejoneador lusitano Joao Moura estuvo realmente bien durante las tres tardes en las que actuó. Salvo quizá el último ejemplar que lidió en nuestra plaza, ninguno de los que le cupieron en suerte tuvo las prestaciones para que el caballero rejoneador brille con intensidad en esta feria. No tuvo, pues, material para triunfar, y habrá que verlo con animales que realmente se empleen en sus cabalgaduras para poder medir las reales cualidades de este rejoneador de dinastía, que dejó muy buenos momentos.
Da la impresión de que el llamado “Festival del Recuerdo” va perdiendo cuerpo y categoría, pues al cartel de este año se han apuntado dos toreros que no aportan ni interés ni categoría al festival: Pepe Luis Vázquez y Eduardo Dávila Miura no suponen un aliciente o interés particular para el aficionado. Víctor Méndez sí que tiene el tirón y el interés para el aficionado, pues siempre emociona verlo con los palos, o lidiando con su poderosa muleta.
Ojalá el año venidero la empresa cuide y pula mejor este cartel, que a más de ser de beneficio social, tiene que tener mayor categoría, acorde a esta feria.
Los coletas nacionales
Carlos Yánez logró “salvar el bote” con el corte de una oreja al segundo de su lote, un buen toro de Carlos Manuel Cobo, luego de haber estado perdido en la lidia de su primer ejemplar. Lo vimos sin la forma física ni técnica que se requiere para seguir en esto.
Guillermo Albán justificó con creces su inclusión doble en los carteles. La verdad es que el torero guayaquileño mereció mejor suerte en sus dos tardes, que estuvieron salpicadas por extraños sucesos y detalles que fueron evidentes para todo el público. En la conciencia de quien tuvo la palabra final quedará un resultado que es mentiroso para Albán, y que no refleja lo que en realidad hizo en el ruedo. Una feria de la que se lleva un magro trofeo, pero que fácilmente pudieron ser dos ó tres de no ser por esos “duendes extraños” –como bien definiera el periodista Santiago Aguilar- que se hicieron presentes algunas tardes de feria. En todo caso, quedaron patentes sus importantes progresos y las enormes ganas por cumplir con una afición de la que es ídolo indiscutible.
Diego Rivas se alzó con el trofeo del “Jesús del Gran Poder” por una esforzada aunque irregular actuación la tarde de su única presentación. Medió también, y hay que decirlo, un paisanaje desbordado que influyó en el buen criterio de la autoridad, que premió, quizá excesivamente, el trasteo al tercero que hubo que lidiar el torero de la tierra, que si bien fue enjundioso y vibrante, careció de los argumentos requeridos para premiar con dos orejas a la labor de un torero.
Juan Francisco Hinojosa bien pudo marcharse con tres orejas en su esportón, la tarde del 6 de diciembre, de haber estado más espabilado y manejado mejor los aceros. Hay que reconocerle, sin embargo, que su andadura profesional recién comienza y que muy poco ha toreado el ambateño como para pedirle cuentas más exigentes. Se le espera con ilusión y se le apuntan muy buenas maneras, pero para dar el salto cualitativo que el torero requiere, tendrá que irse pronto fuera del país, para poder hacerse torero.
En el escalafón de novilleros, Martín Campuzano volvió a dejar patentes sus maneras y su gran potencial. Éste es otro prospecto interesante que tiene que irse pronto fuera para seguir su preparación.
Álvaro Samper ha depurado su manejo del percal, y eso le valió para hacer el toreo de capa más hondo y vistoso de toda la novillería que actuó en la feria de este año. Se le nota también más puesto que el pasado año, pero tuvo la mala suerte de no poder rematar la tarde por una lesión en su rodilla derecha. Ojalá que el año que viene pueda repetir la interesante temporada que hizo en tierras europeas en el 2007, pues es la única forma de crecer como torero.
Los Hombres de Plata
A gran altura han rayado algunos de los toreros de plata del país. Es el caso de Darwin Granizo, que ha hecho una gran feria, tanto en la brega como con los rehiletes. También ha estado a nivel superior Juan José San Martín, que ha convertido el tercio de banderillas en un espectáculo: lo hace con muchísima verdad y exposición, y casi siempre deja los palitroques en todo lo alto.
Milton “El Diablo” Calahorrano ha mantenido el mismo gran nivel de años anteriores, siendo un permanente apoyo para sus compañeros y para los matadores a los que ha asistido en esta feria.
Bien han estado Hernán Tapia, Carlos Tapia y Nahum Salazar, picadores nacionales que cubrieron con dignidad y solvencia la suerte de varas durante este ciclo ferial.
LA AUTORIDAD
Llena de altibajos ha sido la actuación de la presidencia de plaza en esta feria. Ha tenido una actitud intransigente y poco coherente en algunas decisiones, que provocaron el reclamo airado de la afición. Por ejemplo, no concedió, vaya usted a saber por qué, la oreja en la segunda faena de Guillermo Albán, en su segunda comparecencia, que fuera pedida mayoritariamente por el público; tampoco le concedió la oreja a “El Juli” en su segunda comparecencia, luego de que lidiara de manera inteligente y templada al segundo de su lote, y al que mató, además, de una gran estocada, que a la postre fue declarada la mejor de la feria; tampoco le dio la oreja al francés Sebastián Castella, aunque el público la pidió con fuerza con pañuelos, sombreros y otros adminículos, que aparentemente el presidente de plaza no alcanzó a observar.
Se dejó ver también en su falta de consistencia para el envío de los recados o avisos. Unos, después de haber excedido sobradamente el tiempo reglamentario, y otros, en cambio, antes de que se cumpla el tiempo, como sucedió con el caso del francés Sebastían Castella.
Ordenó vuelta al ruedo para un toro que no tuvo todos los atributos para ello, como fue el caso de Tornado, de Campo Bravo, pero no le ordenó igual premio para Injuriado, que fue un gran toro, de Carlos Manuel Cobo, que fue muy ovacionado en el arrastre.
También ha tenido parte de responsabilidad en haber aprobado para la lidia ejemplares con el trapío inadecuado para la plaza de Quito. La autoridad, y también la empresa, deben abrir el espectro a otras ganaderías que bien podrían lidiar en la feria venidera, pero este es un trabajo que debe arrancar desde ya, y no cuando falten pocos meses para que inicie la feria.
EL PÚBLICO
El público que se dio cita a la Plaza de Toros Quito ha sido festivo y respetuoso, en su gran mayoría. Sabe aquilatar y valorar el toreo bueno, cuando éste se hace presente en el ruedo. Mantiene silencio y se engancha fácil cuando hay un torero que hace las cosas de verdad. Esto fue especialmente evidente durante la actuación del maestro César Rincón, cuando el público guardó un silencio reverente y expectante durante toda la actuación de Rincón.
Todavía se debate, sin embargo, con ciertos juicios equivocados, como por ejemplo, el de pitar a los del castoreño tan pronto aparecen en el ruedo. O a pitar fuertemente pidiendo las orejas para un torero, que podría incluso interpretarse como una reprobación a su labor.
El aficionado debe aprender a pedir las orejas con los pañuelos, y premiar así trasteos y faenas que, por peticiones insuficientes –según manifiesta la autoridad- quedan sin ser premiadas.
Ha de mantener también un respeto para la autoridad de plaza, que sabemos comete errores, pero a la cual tiene que respetar, y sobre todo, abstenerse de ir a lo personal en los epítetos y gesticulaciones.
domingo, 9 de diciembre de 2007
miércoles, 5 de diciembre de 2007
FALTÓ CONVICCIÓN. Crónica, 8va. De Feria
Reseña
Casi lleno en tarde soleada y ventosa. Se lidiaron cinco novillos de la ganadería de LA TRINIDAD, de irreprochable presencia y trapío, mansos aunque manejables en conjunto; y uno, de MIRAFUENTE (3ro.), manso y complicado. Álvaro Samper, ovación con saludos en el único que mató; Juan Luís Rodríguez, vuelta al ruedo y oreja; Miguel Tendero, silencio y palmas tras dos avisos.
Si algo debe pedírsele a los que se inician en este duro mundo es entrega y esfuerzo. Es obvio que al principio saltan a la vista las carencias y limitaciones propias de la falta de oficio, pero que deben ser superadas y compensadas con la actitud, que fue precisamente lo que les faltó a los novilleros actuantes de esta tarde.
Álvaro Samper estuvo muy entonado con el capote en su primero, jugando bien los brazos y andándole hacia los medios al de La Trinidad, que fue manso pero con movilidad, y que quedó crudo luego de un encuentro insignificante con los montados.
De modo que el cornúpeta se vino arriba, y le fue complicado al novillero de la tierra domeñar las recias embestidas de un animal que siempre atacó sin mayor claridad ni clase. Lo mató de estocada trasera y algo tendenciosa y recogió saludos desde el tercio.
Con su segundo, un precioso toro castaño, serio pero muy armónico de hechuras, volvió a lucirse toreando de capa, haciéndolo todo muy despacio y con gusto.
Vino el revés para Samper con la muleta, cuando trataba de hacerse con el bruto en los primeros pasajes de la lidia de muleta, el de La Trinidad le golpeó con la pala del pitón en su rodilla derecha, doblándosela de fea manera y provocándole rotura de los ligamentos interno y cruzado.
El dolor de su lesión se le vio de inmediato en su rostro y en su incapacidad absoluta para mantenerse en pie. Fue llevado por las asistencias a enfermería, y fue Rodríguez quien debió pasaportar al cuarto, que tenía mucho para torear.
Juan Luís Rodríguez saludó con gusto a la verónica a su primero. Lo más destacado fue quizá su vistoso quite “al alimón” junto a su amigo y paisano Miguel Tendero, con quien lució a la chicuelina, ligada a una tafallera y bellamente rematada con una revolera vistosa, que fue muy ovacionada por el público.
Su trasteo muleteril fue templado aunque de expulsión, siempre a media altura y sin ajustarse ni comprometerse en ningún momento. Así y todo, tuvo pasajes destacados, sobre todo toreando con la mano diestra. Tras una estocada caída y trasera se le pidió la oreja que la presidencia de plaza, con buen criterio, no concedió y otorgó, eso sí, la vuelta al ruedo para el joven torero.
Con su segundo trató de emplearse más, aunque no hubo lucimiento con la capa. Con la muleta realizó una faena que tuvo pasajes aislados y muletazos sueltos con empaque, pero que en conjunto formaron una obra sin mayor fondo ni acoplamiento. Se tiró a matar, ahora sí, con rectitud y aunque dejó una espada muy caída, la gente pidió mayoritariamente la oreja, y la presidencia mostró el pañuelo blanco.
Miguel Tendero se mostró más rodado y con mayor sitio que su paisano, pero igualmente no tuvo la fibra que debe poner un novillero que pretende sacar la cabeza en esta difícil profesión. Y más aún, en una plaza como la de Quito, que merece ver a novilleros con mayor oficio y cualidades.
Tendero lanceó a la verónica sin mayor ajuste en su primero, que salía suelto de la suerte en las primeras de cambio. Fue complicado el de Mirafuente, con el que Tendero no acabó de centrarse, a pesar de un esperanzador brindis al respetable.
En su segundo si cambió la moneda, con un toreo de capa vistoso y ajustado. Preciosos fueron los lances a pies juntos, y luego el quite por chicuelinas, que tuvieron calado en le público.
Quizá equivocó el planteamiento inicial de faena a un ejemplar que le pedía la distancia larga para desplazarse y los terrenos de afuera de las tablas, o los medios.
Sin embargo, Tendero prefirió la faena en los terrenos del tercio, y acortando las distancias. No tuvo mayor estructura el trasteo, pero sí emotividad, porque Miguel le echó –¡ahora sí!- valor y determinación para arrancar buenos muletazos por ambos pitones. Perdió la oreja por su mal uso de la espada de cruceta, pues bien pudo tocar pelo en lo que fue, a la postre, la actuación más destacada de la tarde.
Casi lleno en tarde soleada y ventosa. Se lidiaron cinco novillos de la ganadería de LA TRINIDAD, de irreprochable presencia y trapío, mansos aunque manejables en conjunto; y uno, de MIRAFUENTE (3ro.), manso y complicado. Álvaro Samper, ovación con saludos en el único que mató; Juan Luís Rodríguez, vuelta al ruedo y oreja; Miguel Tendero, silencio y palmas tras dos avisos.
Si algo debe pedírsele a los que se inician en este duro mundo es entrega y esfuerzo. Es obvio que al principio saltan a la vista las carencias y limitaciones propias de la falta de oficio, pero que deben ser superadas y compensadas con la actitud, que fue precisamente lo que les faltó a los novilleros actuantes de esta tarde.
Álvaro Samper estuvo muy entonado con el capote en su primero, jugando bien los brazos y andándole hacia los medios al de La Trinidad, que fue manso pero con movilidad, y que quedó crudo luego de un encuentro insignificante con los montados.
De modo que el cornúpeta se vino arriba, y le fue complicado al novillero de la tierra domeñar las recias embestidas de un animal que siempre atacó sin mayor claridad ni clase. Lo mató de estocada trasera y algo tendenciosa y recogió saludos desde el tercio.
Con su segundo, un precioso toro castaño, serio pero muy armónico de hechuras, volvió a lucirse toreando de capa, haciéndolo todo muy despacio y con gusto.
Vino el revés para Samper con la muleta, cuando trataba de hacerse con el bruto en los primeros pasajes de la lidia de muleta, el de La Trinidad le golpeó con la pala del pitón en su rodilla derecha, doblándosela de fea manera y provocándole rotura de los ligamentos interno y cruzado.
El dolor de su lesión se le vio de inmediato en su rostro y en su incapacidad absoluta para mantenerse en pie. Fue llevado por las asistencias a enfermería, y fue Rodríguez quien debió pasaportar al cuarto, que tenía mucho para torear.
Juan Luís Rodríguez saludó con gusto a la verónica a su primero. Lo más destacado fue quizá su vistoso quite “al alimón” junto a su amigo y paisano Miguel Tendero, con quien lució a la chicuelina, ligada a una tafallera y bellamente rematada con una revolera vistosa, que fue muy ovacionada por el público.
Su trasteo muleteril fue templado aunque de expulsión, siempre a media altura y sin ajustarse ni comprometerse en ningún momento. Así y todo, tuvo pasajes destacados, sobre todo toreando con la mano diestra. Tras una estocada caída y trasera se le pidió la oreja que la presidencia de plaza, con buen criterio, no concedió y otorgó, eso sí, la vuelta al ruedo para el joven torero.
Con su segundo trató de emplearse más, aunque no hubo lucimiento con la capa. Con la muleta realizó una faena que tuvo pasajes aislados y muletazos sueltos con empaque, pero que en conjunto formaron una obra sin mayor fondo ni acoplamiento. Se tiró a matar, ahora sí, con rectitud y aunque dejó una espada muy caída, la gente pidió mayoritariamente la oreja, y la presidencia mostró el pañuelo blanco.
Miguel Tendero se mostró más rodado y con mayor sitio que su paisano, pero igualmente no tuvo la fibra que debe poner un novillero que pretende sacar la cabeza en esta difícil profesión. Y más aún, en una plaza como la de Quito, que merece ver a novilleros con mayor oficio y cualidades.
Tendero lanceó a la verónica sin mayor ajuste en su primero, que salía suelto de la suerte en las primeras de cambio. Fue complicado el de Mirafuente, con el que Tendero no acabó de centrarse, a pesar de un esperanzador brindis al respetable.
En su segundo si cambió la moneda, con un toreo de capa vistoso y ajustado. Preciosos fueron los lances a pies juntos, y luego el quite por chicuelinas, que tuvieron calado en le público.
Quizá equivocó el planteamiento inicial de faena a un ejemplar que le pedía la distancia larga para desplazarse y los terrenos de afuera de las tablas, o los medios.
Sin embargo, Tendero prefirió la faena en los terrenos del tercio, y acortando las distancias. No tuvo mayor estructura el trasteo, pero sí emotividad, porque Miguel le echó –¡ahora sí!- valor y determinación para arrancar buenos muletazos por ambos pitones. Perdió la oreja por su mal uso de la espada de cruceta, pues bien pudo tocar pelo en lo que fue, a la postre, la actuación más destacada de la tarde.
martes, 4 de diciembre de 2007
Una desdibujada Autoridad incide en el resultado final del festejo. Crónica, 7ma. de Feria
Reseña
Lleno de no hay billetes. En tarde soleada y calurosa se lidiaron toros de los hierros de Huagrahuasi (2do., 3ro. y 4to) y Triana (1ro., 5to. y 6to.) bien presentados en general, mansos, descastados y peligrosos. El 1ro., inválido; el 5to., condenado a banderillas negras. Guillermo Albán, silencio y gran ovación con fuerte petición y bronca al palco; Sebastián Castella, ovación y ovación con tres avisos; Miguel Ángel Perera, silencio y ovación.
La de hoy ha sido una tarde aciaga, en la que una suerte de malfario se encargó de descomponer todo cuanto sucedió en el ruedo. Para empezar, y de modo extraño, la Presidencia de Plaza decidió erigirse en protagonista lamentable de un festejo que venía torcido, y cuyo deber era, más bien, enderezarlo antes que influir negativamente con decisiones erradas, como al fin sucedió.
Para mayor inri, los seis ejemplares de la casa Cobo no fueron en absoluto los colaboradores idóneos para el lucimiento de los espadas actuantes.
Al torero local Guillermo Albán se le negó el pan y la sal durante toda la tarde. Nunca se supo la razón por la cual el señor Mauricio Riofrío Cuadrado, Presidente de Plaza, mantuvo en el ruedo al que hizo primero de la tarde, que fue un toro inválido. Fue evidente para toda la concurrencia –menos para la autoridad- que el animal tenía problemas de coordinación y que no era apto para la lidia. Ante ejemplar de tales características, y ante la indiferencia del palco, el torero de la tierra lo intentó brevemente y luego abrevió al ver que no había mayor opción de triunfo.
Su segundo fue un toro manso y rajado al que no logró capotearlo con lucimiento, pues el astado se frenaba en el percal del torero a medio viaje. Sin embargo, luego se echó el capote a la espalda y protagonizó un ajustadísimo quite por gaoneras, que puso a la plaza a revientacalderas.
Inició faena con dos muletazos cambiados por la espalda, de planta muy quieta. Corrió bien la mano y por abajo, para dominar al manso de Triana, que al sentirse podido fue a refugiarse en tablas. En esos terrenos, estructuró un trasteo enfibrado y técnico, tirando bien de las remisas embestidas de su oponente, y logrando pasajes francamente lucidos.
Ya en las postrimerías de su trasteo, se puso de rodillas para instrumentas unas manoletinas que fueron ajustadas y muy templadas. Mató de media estocada en lo alto, que fue suficiente para hacer doblar al que hizo primero de la tarde. El público pidió de forma mayoritaria la oreja, ganada con absoluta justicia por el torero de la tierra, pero que la presidencia se la guardó con descaro, generando un alboroto de proporciones en la plaza.
Como bien se ha dicho esta tarde, la autoridad está para garantizar el buen curso del espectáculo, y no para provocar el desorden y las imposturas, como lamentablemente hizo el Doctor Riofrío, que presidió el festejo de esta tarde.
Albán dio una vuelta al ruedo con mucha fuerza, ante la bronca sonora que le echó el público al palco presidencial.
Sebastián Castella tampoco encontró material propicio para lucir a fondo su poderoso toreo. Se la jugó con su tercero en su trasteo de muleta, pues el astado tenía peligro sordo, y se quedaba en medio de los muletazos.
No le dudó el francés y a pesar de sus esfuerzos, su faena no logró tomar altos vuelos. Luego de pinchar una vez, dejó tres cuartos de estocada trasera y tendida, que bastaron para despenar al manso ejemplar de Huagrahuasi.
Con su segundo –un manso inexplicablemente condenado a banderillas negras, pues el toro había previamente acudido a los capotes de los subalternos y entrado en jurisdicción de las cabalgaduras - estructuró una faena paciente e inteligente, procurando encontrar el sitio y las distancias a un ejemplar remiso a embestir al engaño que le presentaba el coleta francés.
Su error fue pasarse de faena, pues el toro se puso complicado a la hora de matar. Luego de una estocada trasera y perpendicular, que no hizo el efecto deseado en el toro, se le vino la noche a Castella. Desde la presidencia le cayeron los recados, que por cierto fueron extemporáneos, por desajustados al rigor del reglamento establecido.
Miguel Ángel Perera no pudo reeditar el gran triunfo que consiguió el año anterior, precisamente con un gran ejemplar de Huagrahuasi. Su primero fue un manso de libro, con el que no pudo hacer absolutamente nada.
Algo más colaboró el que hizo sexto, que fue un toro serio y con buena arboladura, de Triana. A este, a pesar de ser manso, Perera le planteó un interesante trasteo por ambas manos, cuyo punto culminante fueron dos series muy hondas y largas por el pitón izquierdo, que sirvieron de pequeño muestrario del toreo profundo y de clase que practica este gran torero.
Faena que mereció una mejor predisposición del público, que a esas alturas estaba aún profiriendo epítetos, calificativos y toda clase de gesticulaciones a la presidencia, que como queda dicho, le birló descaradamente un trofeo de justicia al torero ecuatoriano –vaya usted a saber con qué motivaciones- y que con sus decisiones perjudicó el desarrollo de un festejo que bien pudo tener un final más feliz.
A reflexionar, Doctor Riofrío.
Lleno de no hay billetes. En tarde soleada y calurosa se lidiaron toros de los hierros de Huagrahuasi (2do., 3ro. y 4to) y Triana (1ro., 5to. y 6to.) bien presentados en general, mansos, descastados y peligrosos. El 1ro., inválido; el 5to., condenado a banderillas negras. Guillermo Albán, silencio y gran ovación con fuerte petición y bronca al palco; Sebastián Castella, ovación y ovación con tres avisos; Miguel Ángel Perera, silencio y ovación.
La de hoy ha sido una tarde aciaga, en la que una suerte de malfario se encargó de descomponer todo cuanto sucedió en el ruedo. Para empezar, y de modo extraño, la Presidencia de Plaza decidió erigirse en protagonista lamentable de un festejo que venía torcido, y cuyo deber era, más bien, enderezarlo antes que influir negativamente con decisiones erradas, como al fin sucedió.
Para mayor inri, los seis ejemplares de la casa Cobo no fueron en absoluto los colaboradores idóneos para el lucimiento de los espadas actuantes.
Al torero local Guillermo Albán se le negó el pan y la sal durante toda la tarde. Nunca se supo la razón por la cual el señor Mauricio Riofrío Cuadrado, Presidente de Plaza, mantuvo en el ruedo al que hizo primero de la tarde, que fue un toro inválido. Fue evidente para toda la concurrencia –menos para la autoridad- que el animal tenía problemas de coordinación y que no era apto para la lidia. Ante ejemplar de tales características, y ante la indiferencia del palco, el torero de la tierra lo intentó brevemente y luego abrevió al ver que no había mayor opción de triunfo.
Su segundo fue un toro manso y rajado al que no logró capotearlo con lucimiento, pues el astado se frenaba en el percal del torero a medio viaje. Sin embargo, luego se echó el capote a la espalda y protagonizó un ajustadísimo quite por gaoneras, que puso a la plaza a revientacalderas.
Inició faena con dos muletazos cambiados por la espalda, de planta muy quieta. Corrió bien la mano y por abajo, para dominar al manso de Triana, que al sentirse podido fue a refugiarse en tablas. En esos terrenos, estructuró un trasteo enfibrado y técnico, tirando bien de las remisas embestidas de su oponente, y logrando pasajes francamente lucidos.
Ya en las postrimerías de su trasteo, se puso de rodillas para instrumentas unas manoletinas que fueron ajustadas y muy templadas. Mató de media estocada en lo alto, que fue suficiente para hacer doblar al que hizo primero de la tarde. El público pidió de forma mayoritaria la oreja, ganada con absoluta justicia por el torero de la tierra, pero que la presidencia se la guardó con descaro, generando un alboroto de proporciones en la plaza.
Como bien se ha dicho esta tarde, la autoridad está para garantizar el buen curso del espectáculo, y no para provocar el desorden y las imposturas, como lamentablemente hizo el Doctor Riofrío, que presidió el festejo de esta tarde.
Albán dio una vuelta al ruedo con mucha fuerza, ante la bronca sonora que le echó el público al palco presidencial.
Sebastián Castella tampoco encontró material propicio para lucir a fondo su poderoso toreo. Se la jugó con su tercero en su trasteo de muleta, pues el astado tenía peligro sordo, y se quedaba en medio de los muletazos.
No le dudó el francés y a pesar de sus esfuerzos, su faena no logró tomar altos vuelos. Luego de pinchar una vez, dejó tres cuartos de estocada trasera y tendida, que bastaron para despenar al manso ejemplar de Huagrahuasi.
Con su segundo –un manso inexplicablemente condenado a banderillas negras, pues el toro había previamente acudido a los capotes de los subalternos y entrado en jurisdicción de las cabalgaduras - estructuró una faena paciente e inteligente, procurando encontrar el sitio y las distancias a un ejemplar remiso a embestir al engaño que le presentaba el coleta francés.
Su error fue pasarse de faena, pues el toro se puso complicado a la hora de matar. Luego de una estocada trasera y perpendicular, que no hizo el efecto deseado en el toro, se le vino la noche a Castella. Desde la presidencia le cayeron los recados, que por cierto fueron extemporáneos, por desajustados al rigor del reglamento establecido.
Miguel Ángel Perera no pudo reeditar el gran triunfo que consiguió el año anterior, precisamente con un gran ejemplar de Huagrahuasi. Su primero fue un manso de libro, con el que no pudo hacer absolutamente nada.
Algo más colaboró el que hizo sexto, que fue un toro serio y con buena arboladura, de Triana. A este, a pesar de ser manso, Perera le planteó un interesante trasteo por ambas manos, cuyo punto culminante fueron dos series muy hondas y largas por el pitón izquierdo, que sirvieron de pequeño muestrario del toreo profundo y de clase que practica este gran torero.
Faena que mereció una mejor predisposición del público, que a esas alturas estaba aún profiriendo epítetos, calificativos y toda clase de gesticulaciones a la presidencia, que como queda dicho, le birló descaradamente un trofeo de justicia al torero ecuatoriano –vaya usted a saber con qué motivaciones- y que con sus decisiones perjudicó el desarrollo de un festejo que bien pudo tener un final más feliz.
A reflexionar, Doctor Riofrío.
lunes, 3 de diciembre de 2007
Nada de Nada. Crónica, 6ta. De Feria.
Reseña
Algo más de tres cuartos de entrada en tarde de intenso calor y ráfagas de viento. Se lidiaron seis novillos de la ganadería de Santa Rosa, mansos, descastados y peligrosos, excepto el quinto, que fue más colaborador y tuvo mejores condiciones. Martín Campuzano, ovación con saludos y división; Pepe Moral, silencio y vuelta por su cuenta; Joao Moura, palmas y vuelta al ruedo.
Bien se dice que el toro es materia prima fundamental del espectáculo. Sin él no hay fiesta ni nada. Y la tarde de hoy pasó exactamente eso. Todas las ilusiones de los tres alternantes del cartel de hoy fueron al traste por el pésimo y deslucido juego de los astados de Santa Rosa, que además, tuvieron peligro y malas ideas.
El novillero local Martín Campuzano, que tan buen ambiente dejara la feria anterior, no pudo reeditar su triunfo. A pesar de ello, estuvo muy digno y despejado de ideas, sobre todo en su primero, al que trató de torearlo bien y con empaque, en las pocas arrancadas francas que le brindó su oponente, pues el ejemplar tenía malas ideas y buscaba permanentemente las carnes del torero.
Su segundo fue otro marrajo, con el que Campuzano pudo tan sólo estar dispuesto y valiente; demoró en encontrarle la muerte y le tocaron dos avisos, ante el enojo de la parroquia, que desquitó su desazón con el torero, quizá de modo algo injusto.
Pepe Moral demostró aplomo y oficio ante su primero, que fue un animal complicado e incierto. Sorteó el único ejemplar potable del encierro, que hizo segundo de su lote, y que tuvo algo más de claridad y calidad en sus embestidas.
Así y todo, y luego de un vibrante inicio de faena de muleta, no supo entenderlo a fondo y su trasteo bajó mucho de tono, cuando bien pudo haber servido para obtener un triunfo mayor. Resultó herido con su estoque cuando éste cayó a la arena, ocasionándole una herida en su pie izquierdo. Al finalizar su trasteo escuchó una ovación, pero que el propio novillero convirtió en vuelta al ruedo, por su cuenta.
Joao Moura demostró, durante todo su paso por la Feria, que es un rejoneador con oficio y con una técnica muy bien aprendida. Sus oponentes de hoy tampoco le permitieron el triunfo, que buscó con afán durante las tres tardes en las que actuó.
Sus dos actuaciones de hoy estuvieron cargadas de entrega y de torería, logrando los pasajes más lucidos con el segundo de su lote, que hizo sexto, que fue otro manso pero con el que Moura puso gran empeño e ilusión por agradar a la parroquia. Injusta fue la autoridad en no concederle la oreja que pidió con fuerza la parroquia, que era, además, un justo premio en conjunto a la actuación del joven torero portugués. Todo quedó en vuelta al ruedo.
Mención especial cabe hacer de las cuadrillas, que esta tarde tuvieron lucida actuación en varios pasajes del festejo. Destacó con los palos Milton “El Diablo” Calahorrano, y en varas, Hernán Tapia.
Algo más de tres cuartos de entrada en tarde de intenso calor y ráfagas de viento. Se lidiaron seis novillos de la ganadería de Santa Rosa, mansos, descastados y peligrosos, excepto el quinto, que fue más colaborador y tuvo mejores condiciones. Martín Campuzano, ovación con saludos y división; Pepe Moral, silencio y vuelta por su cuenta; Joao Moura, palmas y vuelta al ruedo.
Bien se dice que el toro es materia prima fundamental del espectáculo. Sin él no hay fiesta ni nada. Y la tarde de hoy pasó exactamente eso. Todas las ilusiones de los tres alternantes del cartel de hoy fueron al traste por el pésimo y deslucido juego de los astados de Santa Rosa, que además, tuvieron peligro y malas ideas.
El novillero local Martín Campuzano, que tan buen ambiente dejara la feria anterior, no pudo reeditar su triunfo. A pesar de ello, estuvo muy digno y despejado de ideas, sobre todo en su primero, al que trató de torearlo bien y con empaque, en las pocas arrancadas francas que le brindó su oponente, pues el ejemplar tenía malas ideas y buscaba permanentemente las carnes del torero.
Su segundo fue otro marrajo, con el que Campuzano pudo tan sólo estar dispuesto y valiente; demoró en encontrarle la muerte y le tocaron dos avisos, ante el enojo de la parroquia, que desquitó su desazón con el torero, quizá de modo algo injusto.
Pepe Moral demostró aplomo y oficio ante su primero, que fue un animal complicado e incierto. Sorteó el único ejemplar potable del encierro, que hizo segundo de su lote, y que tuvo algo más de claridad y calidad en sus embestidas.
Así y todo, y luego de un vibrante inicio de faena de muleta, no supo entenderlo a fondo y su trasteo bajó mucho de tono, cuando bien pudo haber servido para obtener un triunfo mayor. Resultó herido con su estoque cuando éste cayó a la arena, ocasionándole una herida en su pie izquierdo. Al finalizar su trasteo escuchó una ovación, pero que el propio novillero convirtió en vuelta al ruedo, por su cuenta.
Joao Moura demostró, durante todo su paso por la Feria, que es un rejoneador con oficio y con una técnica muy bien aprendida. Sus oponentes de hoy tampoco le permitieron el triunfo, que buscó con afán durante las tres tardes en las que actuó.
Sus dos actuaciones de hoy estuvieron cargadas de entrega y de torería, logrando los pasajes más lucidos con el segundo de su lote, que hizo sexto, que fue otro manso pero con el que Moura puso gran empeño e ilusión por agradar a la parroquia. Injusta fue la autoridad en no concederle la oreja que pidió con fuerza la parroquia, que era, además, un justo premio en conjunto a la actuación del joven torero portugués. Todo quedó en vuelta al ruedo.
Mención especial cabe hacer de las cuadrillas, que esta tarde tuvieron lucida actuación en varios pasajes del festejo. Destacó con los palos Milton “El Diablo” Calahorrano, y en varas, Hernán Tapia.
domingo, 2 de diciembre de 2007
LUZ Y SOMBRA DE LA FIESTA. Crónica. 5ta. De Feria
Reseña
Algo más de tres cuartos de entrada en tarde de temperatura variable. Se lidiaron tres toros de Santa Coloma (1ro., peligroso e incierto; 2do., peligroso y con sentido y 3ro., manso y peligroso) y tres de Campo Bravo (4to., con tranco y calidad, premiado con la vuelta al ruedo; 5to., a menos, y 6to., a menos) Eugenio de Mora, silencio en el que despachó por López Chávez, silencio y vuelta; Diego Rivas, oreja, oreja y dos orejas; López Chávez fue corneado por el primero de la tarde. Salió en hombros Diego Rivas.
Parte Médico: El matador salmantino Domingo López Chávez presenta una cornada limpia en el tercio medio del muslo izquierdo, con tres trayectorias (superior, inferior e interna) de aproximadamente quince centímetros cada una, que no causa daños nerviosos ni vasculares. Pronóstico: menos grave. Firmado: Dres. Antonio Bucheli y Gil Bermeo
La Fiesta de los Toros tiene un eterno claroscuro que la torna dramática y luminosa a la vez. Esta tarde, en el coso de Iñaquito, se vivió precisamente la luz y la sombra de la fiesta, personificadas en el torero local Diego Rivas, que vio abrírsele la puerta grande en para celebrar su triunfo, y en Domingo López Chávez, que cayó penosamente herido en las astas de un peligroso ejemplar de Santa Coloma.
El de Salamanca llegaba a Quito para confirmar su alternativa, y todo cuanto había hecho tuvo el sello del valor y la determinación: Bien con el capote, recursivo incluso en algún momento en que el toro le exigió. Con la muleta, centrado y firme, y exponiendo mucha verdad a su trasteo. Se echó la muleta a la zurda, y en cuanto pudo el Mil Caricias, de Santa Coloma, le pegó una fuerte cornada, poniendo fin a sus aspiraciones y dejándonos sin ver a este buen torero español.
La cosa quedó en un mano a mano que, hasta ese momento, presagiaba tedio y angustia por el feo comportamiento de los toros de Santa Coloma.
Diego Rivas tragó paquete con el segundo, que fue tan incierto como el primero aunque sin que sus intenciones fueran tan aviesas como las de su hermano que le antecedió en la lidia. Suplió las carencias lógicas de su escaso rodaje con decisión y temperamento, y contó con el siempre vigoroso sustento del público quiteño, que se le entregó sin condiciones.
Trasteó incómodo y desajustado en ciertos pasajes de la lidia, y no encontró el sitio adecuado para someter al complejo oponente que le cupo en suerte. Usó bien la espada, dejando una estocada entera algo tendida en buen sitio, que fue suficiente para hacer rodar al bruto. La parroquia le pidió la oreja con fuerza, y la autoridad la concedió.
El cuarto fue un toro bien proporcionado que galopó y que tuvo cierta calidad en sus embestidas. A éste, Diego le toreó sin mucho ajuste con el capote, y tuvo emoción su trasteo con la muleta, aunque volvió a adolecer del soporte técnico adecuado. Otra vez, estuvo acertado con el acero dejando una estocada algo desprendida pero en buen sitio. La presidencia concedió el apéndice pedido por el respetable y dio, además, para sorpresa de muchos, la vuelta al ruedo a un ejemplar al que probablemente le faltaron atributos mayores para tal premio.
Caramelo se llamó el que hizo sexto, de Campo Bravo. Fue bonito y fino de hechuras el toro, al que Rivas capoteó entusiasta y ya seguro del triunfo y del apoyo incondicional del paisanaje. Además, lo bordó en un lucido quite por zapopinas (o nuevas lopecinas), jaleadísimo por el público. Estuvo efectivo más que lucido en el tercio de banderillas, en el que se prodigó el de Latacunga rememorando sus épocas de novillero.
Se fue Diego al centro del platillo, y se puso de rodillas para recibir a su enemigo, en un inicio vibrante con la muleta. Ya en pie, lo mejor vino en un par de series por el pitón derecho, aunque faltó ajuste y mano baja en ambas series.
De ahí en más, Diego recurrió al toreo efectista y de cara a la galería para no perder el favor popular. Además, mediada la faena de muleta, el toro se vino abajo y perdió la transmisión que derrochó en los primeros compases de la faena.
Estoqueó seguro otra vez y la gente le pidió con fuerza los trofeos, que la presidencia concedió diligente y, quizá, demasiado generosa.
Eugenio de Mora no se sintió cómodo con el primero de su lote, que fue un toro manso y peligroso de Santa Coloma, con el que casi nada pudo hacer para lograr lucimiento. Alargó demasiado su trasteo y terminó por aburrir a la concurrencia. Luego de un pinchazo, dejó una estocada trasera y tendida.
En quinto lugar saltó un ejemplar de Campo Bravo, al que el toledano le buscó las vueltas sin hallar mayor acoplamiento con el capote; con la muleta pudo estar más a gusto, aunque tampoco se confió demasiado ni se entregó a fondo. Mató de buena estocada entera, algo tendida, y dio una vuelta al ruedo
Algo más de tres cuartos de entrada en tarde de temperatura variable. Se lidiaron tres toros de Santa Coloma (1ro., peligroso e incierto; 2do., peligroso y con sentido y 3ro., manso y peligroso) y tres de Campo Bravo (4to., con tranco y calidad, premiado con la vuelta al ruedo; 5to., a menos, y 6to., a menos) Eugenio de Mora, silencio en el que despachó por López Chávez, silencio y vuelta; Diego Rivas, oreja, oreja y dos orejas; López Chávez fue corneado por el primero de la tarde. Salió en hombros Diego Rivas.
Parte Médico: El matador salmantino Domingo López Chávez presenta una cornada limpia en el tercio medio del muslo izquierdo, con tres trayectorias (superior, inferior e interna) de aproximadamente quince centímetros cada una, que no causa daños nerviosos ni vasculares. Pronóstico: menos grave. Firmado: Dres. Antonio Bucheli y Gil Bermeo
La Fiesta de los Toros tiene un eterno claroscuro que la torna dramática y luminosa a la vez. Esta tarde, en el coso de Iñaquito, se vivió precisamente la luz y la sombra de la fiesta, personificadas en el torero local Diego Rivas, que vio abrírsele la puerta grande en para celebrar su triunfo, y en Domingo López Chávez, que cayó penosamente herido en las astas de un peligroso ejemplar de Santa Coloma.
El de Salamanca llegaba a Quito para confirmar su alternativa, y todo cuanto había hecho tuvo el sello del valor y la determinación: Bien con el capote, recursivo incluso en algún momento en que el toro le exigió. Con la muleta, centrado y firme, y exponiendo mucha verdad a su trasteo. Se echó la muleta a la zurda, y en cuanto pudo el Mil Caricias, de Santa Coloma, le pegó una fuerte cornada, poniendo fin a sus aspiraciones y dejándonos sin ver a este buen torero español.
La cosa quedó en un mano a mano que, hasta ese momento, presagiaba tedio y angustia por el feo comportamiento de los toros de Santa Coloma.
Diego Rivas tragó paquete con el segundo, que fue tan incierto como el primero aunque sin que sus intenciones fueran tan aviesas como las de su hermano que le antecedió en la lidia. Suplió las carencias lógicas de su escaso rodaje con decisión y temperamento, y contó con el siempre vigoroso sustento del público quiteño, que se le entregó sin condiciones.
Trasteó incómodo y desajustado en ciertos pasajes de la lidia, y no encontró el sitio adecuado para someter al complejo oponente que le cupo en suerte. Usó bien la espada, dejando una estocada entera algo tendida en buen sitio, que fue suficiente para hacer rodar al bruto. La parroquia le pidió la oreja con fuerza, y la autoridad la concedió.
El cuarto fue un toro bien proporcionado que galopó y que tuvo cierta calidad en sus embestidas. A éste, Diego le toreó sin mucho ajuste con el capote, y tuvo emoción su trasteo con la muleta, aunque volvió a adolecer del soporte técnico adecuado. Otra vez, estuvo acertado con el acero dejando una estocada algo desprendida pero en buen sitio. La presidencia concedió el apéndice pedido por el respetable y dio, además, para sorpresa de muchos, la vuelta al ruedo a un ejemplar al que probablemente le faltaron atributos mayores para tal premio.
Caramelo se llamó el que hizo sexto, de Campo Bravo. Fue bonito y fino de hechuras el toro, al que Rivas capoteó entusiasta y ya seguro del triunfo y del apoyo incondicional del paisanaje. Además, lo bordó en un lucido quite por zapopinas (o nuevas lopecinas), jaleadísimo por el público. Estuvo efectivo más que lucido en el tercio de banderillas, en el que se prodigó el de Latacunga rememorando sus épocas de novillero.
Se fue Diego al centro del platillo, y se puso de rodillas para recibir a su enemigo, en un inicio vibrante con la muleta. Ya en pie, lo mejor vino en un par de series por el pitón derecho, aunque faltó ajuste y mano baja en ambas series.
De ahí en más, Diego recurrió al toreo efectista y de cara a la galería para no perder el favor popular. Además, mediada la faena de muleta, el toro se vino abajo y perdió la transmisión que derrochó en los primeros compases de la faena.
Estoqueó seguro otra vez y la gente le pidió con fuerza los trofeos, que la presidencia concedió diligente y, quizá, demasiado generosa.
Eugenio de Mora no se sintió cómodo con el primero de su lote, que fue un toro manso y peligroso de Santa Coloma, con el que casi nada pudo hacer para lograr lucimiento. Alargó demasiado su trasteo y terminó por aburrir a la concurrencia. Luego de un pinchazo, dejó una estocada trasera y tendida.
En quinto lugar saltó un ejemplar de Campo Bravo, al que el toledano le buscó las vueltas sin hallar mayor acoplamiento con el capote; con la muleta pudo estar más a gusto, aunque tampoco se confió demasiado ni se entregó a fondo. Mató de buena estocada entera, algo tendida, y dio una vuelta al ruedo
sábado, 1 de diciembre de 2007
BAUTISTA Y LUQUE CAYERON DE PIE. Crónica, 4ta. de Feria
Reseña
Lleno. En tarde de mucho calor y viento se lidiaron tres toros de Santa Rosa (1ro., manso y rajado; 2do., manso y peligroso y 3ro., noble y colaborador, que se apagó pronto) y tres de Mirafuente (4to., boyante, con transmisión; 5to., manso de libro; 6to., manso y rajado). Joao Moura, silencio y silencio; Juan Bautista, ovación con saludos y silencio; Daniel Luque, palmas y silencio.
Destaquemos, antes que nada, el nuevo llenazo de la plaza en la tarde de hoy. No aparecía en el cartel ninguno de los toreros llamados “figura”, aunque sí el siempre atractivo apartado del rejoneo, que convoca a muchos entusiastas seguidores del arte de Marialba. Y los otros dos, nuevos en esta plaza, desconocidos totalmente para la afición de Quito. Desconocidos, pero no por ello menos capaces. Al contrario, los dos son, sin duda, toreros de pies a cabeza.
Joao Moura pudo mostrar sólo en parte la gran calidad que atesora, pues el mal juego que dio su primero no le permitió desarrollar lo que sabe. El astado que hizo primero de la tarde, de Santa Rosa, fue un manso que se defendió desde los medios del ruedo, echando siempre la cara arriba, o arreando intempestiva y descompuestamente. Ante tal material, poco pudo dejar ver el joven portugués, como no haya sido su buena voluntad y perfecta monta de sus cabalgaduras.
Mejor colaboró su segundo, de Mirafuente, que tuvo más emotividad y transmisión en sus embestidas. Con éste realizó una faena templada y vibrante, con momentos realmente espléndidos, en los que sobresalieron sus farpas clavadas al violín, o un par de quiebros muy toreros y valientes. Pero todo quedó en nada, por su desafortunada forma de emplear el rejón de muerte, que cayó escandalosamente trasero descordando al de Mirafuente de mala manera.
El buen aficionado esperaba con ilusión a Juan Bautista, pues sabe que el torero francés tiene mucha calidad, ya demostrada durante la temporada europea de este año. Ratificó el buen momento que atraviesa con su primero, que fue a la postre el único ejemplar de los tres de Santa Rosa que embistió con cierta clase y con claridad.
Toreo terso y con empaque a la verónica, se lució en un apretado quite por chicuelinas y ya, con muleta en mano, realizó un trasteo entonadísimo y a ratos con gran hondura, sobre todo por la mano diestra. Mato de gran estocada, pero incomprensiblemente, y pese a que la petición de oreja del público fue mayoritaria, la autoridad no la concedió.
No se dio coba con el segundo, que fue un manso de libro, de feas echuras que no embistió ni se entregó en ningún momento. Lo mató de un feo bajonazo y su labor fue silenciada.
También convenció el joven Daniel Luque, que sorprendió con su firmeza y valor sereno ante el difícil pupilo de Santa Rosa, con el que confirmó alternativa en Quito.
Supo llevarle siempre muy toreado con la muleta, tapándole bien la cara y haciéndole repetir las embestidas, a pesar de su insistente deseo de marcharse y rehuir la pelea. Trasteo inteligente y decidido, que no fue, lamentablemente, bien rubricado con la espada, que cayó atravesada. No estuvo fino tampoco manejando la espada de cruceta y tan sólo escuchó tibias palmas.
A su segundo le repitió la dosis de valor y toreo de cabeza despejada pero, por mucho que lo intentó, poco logró ante un ejemplar manso, que siempre buscó el abrigo de las tablas.
Lleno. En tarde de mucho calor y viento se lidiaron tres toros de Santa Rosa (1ro., manso y rajado; 2do., manso y peligroso y 3ro., noble y colaborador, que se apagó pronto) y tres de Mirafuente (4to., boyante, con transmisión; 5to., manso de libro; 6to., manso y rajado). Joao Moura, silencio y silencio; Juan Bautista, ovación con saludos y silencio; Daniel Luque, palmas y silencio.
Destaquemos, antes que nada, el nuevo llenazo de la plaza en la tarde de hoy. No aparecía en el cartel ninguno de los toreros llamados “figura”, aunque sí el siempre atractivo apartado del rejoneo, que convoca a muchos entusiastas seguidores del arte de Marialba. Y los otros dos, nuevos en esta plaza, desconocidos totalmente para la afición de Quito. Desconocidos, pero no por ello menos capaces. Al contrario, los dos son, sin duda, toreros de pies a cabeza.
Joao Moura pudo mostrar sólo en parte la gran calidad que atesora, pues el mal juego que dio su primero no le permitió desarrollar lo que sabe. El astado que hizo primero de la tarde, de Santa Rosa, fue un manso que se defendió desde los medios del ruedo, echando siempre la cara arriba, o arreando intempestiva y descompuestamente. Ante tal material, poco pudo dejar ver el joven portugués, como no haya sido su buena voluntad y perfecta monta de sus cabalgaduras.
Mejor colaboró su segundo, de Mirafuente, que tuvo más emotividad y transmisión en sus embestidas. Con éste realizó una faena templada y vibrante, con momentos realmente espléndidos, en los que sobresalieron sus farpas clavadas al violín, o un par de quiebros muy toreros y valientes. Pero todo quedó en nada, por su desafortunada forma de emplear el rejón de muerte, que cayó escandalosamente trasero descordando al de Mirafuente de mala manera.
El buen aficionado esperaba con ilusión a Juan Bautista, pues sabe que el torero francés tiene mucha calidad, ya demostrada durante la temporada europea de este año. Ratificó el buen momento que atraviesa con su primero, que fue a la postre el único ejemplar de los tres de Santa Rosa que embistió con cierta clase y con claridad.
Toreo terso y con empaque a la verónica, se lució en un apretado quite por chicuelinas y ya, con muleta en mano, realizó un trasteo entonadísimo y a ratos con gran hondura, sobre todo por la mano diestra. Mato de gran estocada, pero incomprensiblemente, y pese a que la petición de oreja del público fue mayoritaria, la autoridad no la concedió.
No se dio coba con el segundo, que fue un manso de libro, de feas echuras que no embistió ni se entregó en ningún momento. Lo mató de un feo bajonazo y su labor fue silenciada.
También convenció el joven Daniel Luque, que sorprendió con su firmeza y valor sereno ante el difícil pupilo de Santa Rosa, con el que confirmó alternativa en Quito.
Supo llevarle siempre muy toreado con la muleta, tapándole bien la cara y haciéndole repetir las embestidas, a pesar de su insistente deseo de marcharse y rehuir la pelea. Trasteo inteligente y decidido, que no fue, lamentablemente, bien rubricado con la espada, que cayó atravesada. No estuvo fino tampoco manejando la espada de cruceta y tan sólo escuchó tibias palmas.
A su segundo le repitió la dosis de valor y toreo de cabeza despejada pero, por mucho que lo intentó, poco logró ante un ejemplar manso, que siempre buscó el abrigo de las tablas.