viernes, 26 de octubre de 2007

Un Incierto Futuro

Por Fabián Cuesta



“Llegar a ser figura del toreo es casi un milagro. Pero para quien lo logra, ya puede el toro quitarle la vida; la gloria, jamás”
-Santiago Martín “El Viti”-


Debe ser al menos una decena de años cuando leí esta frase, en el gimnasio de la Escuela de Tauromaquia Marcial Lalanda, de Madrid. Me impresionó mucho su contenido, por su fuerza y porque, a la postre, es la cruda realidad. Pero si vemos bien, la frase acuñada por el gran torero salmantino “El Viti”, tiene dos partes: una, que es el sacrificio y la constancia, y la segunda, el premio de la gloria para quien llega a consagrarse como figura.

La frase me impactó también por su protagonismo, en letras grandes y claras, como queriendo ahuyentar a quienes no darán la talla, y motivando a los que tienen madera para seguir.

La fiesta de los toros no es un espectáculo cualquiera. A diferencia del fútbol, o de cualquier otro deporte masivo, en el ruedo a veces se muere. Así mismo, con mucha frecuencia, el protagonista derrama su propia sangre. Aquí no hay tu tías. Y para estar dispuesto a pagar ese tributo, hay que estar preparado para aceptar el eventual destino de la muerte por asta de toro. A esto le llaman valor.

Esa es la premisa de quien quiere incursionar en esta dura profesión. Si no se tiene bien claro y asumido este primer escalón, será imposible llegar más arriba. Luego vendrá todo lo demás: la teoría, que es importante, desde luego; el entrenamiento fuerte y riguroso, que da la noción y la técnica necesarias para ponerse luego delante del animal.

En definitiva, es un proceso de formación que pasa no sólo por lo taurino, sino por lo humano y espiritual. La fiesta ha de ser vista como un rito, y no simplemente como un espectáculo. Quien se enrola en una escuela taurina para un día llegar a ser torero, tiene que entenderlo así, y vivirlo constantemente de manera fiel.

Todo este largo preámbulo sirve de base para llegar al duro panorama que vive Ecuador en este sentido. Venimos funcionando, feria tras feria, con un puñado de nombres de toreros de la tierra, y no pasamos de ellos: Antonio Campana, Carlos Yánez, Guillermo Albán, Cruz Ordóñez, Juan Pablo Díaz, Diego Rivas y Juan Francisco Hinojosa; y dos novilleros que tratan de despuntar: Álvaro Samper y Martín Campuzano.

De estos nueve, funcionan, a lo sumo, cinco. Los otros han ido perdiendo fuelle y presencia. Ya no tienen convicción y deberían, para ser honestos consigo mismos y con la afición, irse a su casa.

Guillermo, Mariano y el joven Juan Francisco son las cartas bravas del escalafón superior nacional. En lo personal, no veo futuro en Diego o Juan Pablo ni en Carlos. Antonio, un buen torero, al parecer va ya de salida, pues más allá del número de festejos toreados en el país, no creo que a estas alturas pueda despuntar o romper como el torero que quiere Ecuador. Ojalá que me equivoque.

No hay duda de que el guayaquileño Guillermo Albán ha sido, desde hace tiempo, el referente más alto y luminoso que ha tenido la tauromaquia ecuatoriana. Unos le han negado el pan y la sal, pero la mayoría ha visto en él, y con razón, al torero más importante de los últimos años. Ha tomado su profesión con toda la seriedad que ella amerita y ha vivido por y para ella en todo momento. Es un torero respetado en el mundo taurino, precisamente gracias a esa mística que ha demostrado en todo momento.

Pero, ¿qué pasará cuando decida retirarse? ¿Quién va a seguir su camino, valiente y decidido, de luchar contra todo pronóstico para tratar de abrirse campo en este duro mundo, y de tratar de ser figura?

Porque el objetivo de Albán ha sido ese y no otro. Él precisamente es la prueba más real de que llegar a figura es muy complicado; pero lo ha intentado siempre, y a partir de su disposición permanente, y de pelear como un león, ha llegado a darle al país las pocas glorias que ha vivido en este ámbito.

Mariano también lo intentó. Quizá le faltó mayor empeño, pero en cuanto a condiciones, el riobambeño no le pide favor ni a Triana ni a Sevilla en gracia torera. Ojalá alguna musa soplara su despeinada melena y le infundiera el valor que le hace falta para romper de una vez por todas como ese torero en el que hemos ilusionado tantas veces. Tiene capacidad y arte, pero…

Juan Francisco Hinojosa está recién llegado, y aún hay esperanzas para él. También tiene muy buenas condiciones, y lo que habría que hacer es llevarlo pronto (¡ya mismo!) a Europa, para que se curta, adquiera el oficio bien aprendido, y se haga torero de verdad. Si se queda aquí, me temo que no tendrá futuro.

Álvaro Samper se ha ido a tierras hispanas desde temprano, y dicen quienes lo han visto recientemente que va progresando y madurando. En Quito veremos sus progresos y podremos seguir apostando por él.

Ojalá Martín también salga, porque tiene grandes cualidades, y un valor innato. El primer peldaño, ¿recuerdan?

Esos, y pare usted de contar.

De la "nueva escuela" al parecer no hay mucho material del que pueda salir uno al cual seguir. A juzgar por lo que se ha visto en las pre-ferias, ninguno vale. Así de crudo y duro. No lo digo yo, porque no he estado en los festejos, pero sí he conversado largamente con buenos aficionados que han estado en la plaza, y prácticamente todos coinciden en que no hay material.

¿Qué vamos a hacer, entonces? Yo propongo un cambio radical. Así como en el campo el ganadero, de modo serio y riguroso, desecha todo aquello que no vale, en las escuelas taurinas también se debería proceder igual.

En esto no valen vanidades ni adulos ridículos. Ni falsas esperanzas a muchachitos que quieren impresionar a las chicas. Aquí se trata de sacar FIGURAS, toreros que puedan trascender. Hay que tomarse esto en serio de una vez por todas.

El cambio ha de darse desde la misma base, cambiando todo lo que no sirva: desde capotes viejos, carretones dañados, muletas destrozadas, hasta alumnos o profesores que no sirvan. Habrá que darle un nuevo impulso, crear una auténtica escuela taurina. Con tres o cuatro profesores de categoría, que sean señores dentro y fuera de la escuela. Y sobre todo, que hayan sido "alguien" en el mundo taurino, para que los alumnos puedan seguir o tener como referente. Que haya régimen de trabajo físico e intelectual. Que no sean burros vestidos de luces o de corto. Que sean señores, porque si finalmente no cuajan, serán por lo menos mejores personas.

Debería ser una escuela en la que se forjen, ahí sí, los toreros que quieren el país y la fiesta. Esta tierra tiene que parir aunque sea uno. Pero la única forma es haciéndolo bien. El que tenga oídos, que oiga.

Y si para ello tenemos que esperar cinco años, pues lo haremos. Mientras tanto que no nos metan más el dedo a la boca, ni engañen a unos pobres muchachos que no saben ni a dónde van.

Mientras esos cambios no se den, seguiremos viendo un incierto futuro para la fiesta en nuestro país.

Los vientos de cambio tienen que venir de nosotros mismos.

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